Arte y Cultura
Carlos Herrera: madrugar para escuchar el país (y contarlo sin perder la humanidad)
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Redacción entrevista2
Lunes, 28 de abril 2025
Hay quien sostiene que la verdad absoluta no existe, o que al menos nunca debería pronunciarse sin matices. Carlos Herrera, con su ironía habitual, lo explica de forma sencilla: “toda la sinceridad absoluta puede ser una falta de educación”. No se trata de mentir, sino de entender que en la comunicación —y más en la radio— el cómo pesa tanto como el qué. El oyente merece respeto, pero también cierta delicadeza. Al fin y al cabo, cada palabra es una piedra que puede construir un puente… o abrir una herida.
Esta reflexión abre una entrevista que no es solo un repaso a su trayectoria, sino un viaje por la disciplina, la memoria, la familia y el amor por la radio, ese medio que, como él mismo dice, sigue siendo un diálogo íntimo entre una voz y un oído.
La vida a las 3:23
El despertador de Herrera suena cuando la mayoría aún no ha conciliado el sueño. 3:05, 3:23, 3:40 los viernes… La hora varía, pero el hábito no. Levantarse de madrugada no es sano, concede, pero lo compensa con un truco que parece sacado de otro siglo: acostarse temprano, libro en mano, a las siete de la tarde. El sueño le vence rápido y el libro se desliza como una hoja seca hasta el suelo. “Duermo más horas que tú”, bromea con sus amigos, “porque a esa hora yo ya estoy rendido”.
Y sí, hay belleza en esa rutina extraña. A las cuatro de la mañana, con Sevilla en calma y el Paseo de Colón apenas cruzado por algún coche solitario, se sienta en su despacho con el café, revisa papeles, escucha música americana de fondo y prepara lo que será el primer “buenos días” del país. Dos horas robadas al ruido, al tráfico y a las urgencias. Dos horas de lujo.
Palabras que importan
A las seis, la voz de Herrera llega a millones. Y ahí se activa otra disciplina: la del respeto. Porque en la radio, lo que se dice se multiplica y rebota en lugares insospechados. Una expresión hecha, una broma inocente o un comentario lanzado con ligereza pueden doler. Lo aprendió cuando una oyente sevillana, vestida de negro, le pidió que dejara de decir “me inyecto esta copla en vena”. Para ella, esas palabras eran una herida abierta: había perdido a un hijo por las drogas. Herrera comprendió entonces que no bastaba con la intención; también cuenta el efecto. Desde aquel día, jamás volvió a usar esa frase.
Esa anécdota resume lo que para él es la radio: una relación de uno a uno, aunque se escuche en masa. Un contrato de confianza que exige cuidado, empatía y la humildad de pedir perdón cuando toca.
La radio, un hilo que resiste
Los periódicos luchan por sobrevivir en papel. La televisión se dispersa en mil pantallas. La radio, sin embargo, se mantiene como un hilo resistente. Ni siquiera los pódcast la amenazan: “son trozos de radio en conserva”, dice Herrera. La esencia no cambia: una persona habla, otra escucha, y entre medias late la vida cotidiana.
La tecnología, además, juega a favor: basta un teléfono móvil y un micrófono para emitir desde cualquier rincón del mundo. Lo importante es que la voz llegue creíble, cercana, casi como si el locutor estuviera en tu cocina mientras preparas el café.
“La radio sigue siendo eso: una persona que habla, otra que escucha… y entre medias, toda la vida que cabe en un ‘buenos días.”
— Carlos Herrera
Competencia sin veneno
Al hablar de sus colegas de otras emisoras, no hay rencor ni poses. Solo respeto y admiración. Menciona a Alsina, a Ángels Barceló, a tantos otros, como compañeros de oficio de los que siempre aprende. “Escucho cómo cierran una frase, cómo giran una pregunta, cómo construyen un relato, y tomo nota”. La competencia existe, claro, pero no desde el odio. La radio, insiste, es más noble que el fútbol nocturno, ese sí escenario de guerras dialécticas en los ochenta y noventa.
Opinión, sí; sectarismo, no
La suya es una radio con opinión, pero no con dogma. Su programa se apoya en cuatro ideas editoriales, pero dentro caben todas las voces. Herrera defiende el debate sincero, incluso cuando implica contradecirse en directo con sus colaboradores. “El mundo es un poliedro”, repite. Cada ángulo ofrece una perspectiva distinta, y eso no es un problema: es riqueza.
Por eso puede criticar duramente al presidente Sánchez y, al mismo tiempo, reconocer cuando acierta. Esa honestidad le cuesta enemistades, pero él prefiere la coherencia a la comodidad del aplauso automático.
“El mundo es un poliedro: cada ángulo ofrece una perspectiva distinta, y ahí está la riqueza del debate sin sectarismos.”
— Carlos Herrera
Sevilla, brújula vital
Herrera vive en Sevilla, lejos del kilómetro cero político. La define como la ciudad más bonita del mundo. Ahí han nacido sus hijos, ahí se siente en casa. “Hay cosas que no me gustan, claro, pero me permite pelear por mejorarlas”. Y mientras tanto, disfruta de lo sencillo: pasear, mirar obras en la calle, leer el periódico en chándal. Un refugio cotidiano que lo mantiene con los pies en la tierra.
De la Semana Santa habla como un cofrade apasionado; de la Feria, con resignación por culpa de la alergia al albero. Al final, lo importante es estar, acompañar, transmitir a sus hijas el amor por la tradición sin perder naturalidad.
La sombra del miedo
No esquiva su pasado más duro. Reconoce que ETA lo tuvo en el punto de mira, que una bomba a punto estuvo de arrebatarle la vida, que hubo seguimientos, amenazas y huidas. “No es agradable, pero tampoco insuperable”, dice con serenidad. Su convicción y algunas medidas de precaución le permitieron seguir adelante. Otros compañeros no tuvieron la misma suerte.
Por eso, cuando escucha hablar de ciertos líderes abertzales como “hombres de paz”, no puede evitar la indignación. Recuerda los recortes de prensa donde justificaban atentados. Y aquí el tono de Herrera se vuelve grave: “no se puede blanquear a quienes justificaron el terror”.
Música, familia y futuro
Melómano declarado, se mueve con naturalidad de la ópera al flamenco, del rock al pop. El fenómeno Rosalía le interesa, aunque su música no encaje del todo con sus gustos. Lo que celebra es que una artista española, nacida en un pueblo, conquiste el mundo con su talento. Eso —admite— le da orgullo de país.
De su familia habla con ternura contenida. Lo importante, insiste, no es que sus hijas sean más o menos brillantes, sino que sean buenas personas. “Eso es lo fundamental”. Y de su pareja, Marina, resalta que forman un buen equipo. “El trabajo fluye porque hay complicidad”, resume.
¿El futuro? No se ve eterno al micrófono. La jubilación le tienta: dejar sitio a otros, vivir con calma, quizá hacer el Camino de Santiago, cámara en mano, conversando con peregrinos. “Hay que saber cuándo soltar la masa de pan para que otros la amasen”.
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Este artículo de opinión ha sido elaborado a partir de la entrevista realizada por María Casado a Carlos Herrera, en el programa Las tres puertas de RTVE – La1, en julio del 2022.
Todos los derechos pertenecen a sus respectivos titulares. Esta publicación no pretende sustituir ni apropiarse de la autoría original, sino ofrecer una adaptación editorial y motivadora en formato escrito y contextualizado.
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